Que Ryusuke Hamaguchi no es un cineasta acomodaticio ya pudimos comprobarlo en sus anteriores películas (mención especial al sorprendente Oscar a Drive my car), pero aquí parece querer llevar nuestra paciencia a nuevos límites con un ritmo moroso que ahuyentará no solo al impaciente, sino también a más de uno ya curtido en cinematografías escarpadas. Una pena, porque el mensaje de denuncia contra los atentados ecológicos está planteado con delicadeza y la película tiene momentos de una magia fascinante, con una lánguida banda sonora de cortes abruptos que da al conjunto un toque casi abstracto. Más apta para cinéfilos cafeteros.
Drama