La última película de Carla Simón, responsable de Verano 1992, repite estilo realista, esta vez con actores desconocidos. El trabajo es encomiable en este aspecto y la película se llega a sentir como verdadera en el problema que padecen sus protagonistas. No obstante, echo mucho en falta un calado más hondo en su dimensión dramática y una narrativa cinematográfica que eleve el vuelo metafórico. En mi opinión, Alcarràs queda en una tierra de nadie entre el cine y el documental, queriendo mantenerse en cierta objetividad que me aleja de su compromiso, como película que es, de «cuento» que debe mostrar.
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