Me complace comprobar que estaba equivocado en mi crítica de la anterior película de Richard Linklater. En Apolo 10½ el cineasta texano se apunta al género de los recuerdos con sus dos sellos de identidad: un tratamiento del tiempo que borda la genialidad y un apartado visual en el que repite la animación por rotoscopia. Linklater nos noquea con ese fotograma congelado que da paso a una contextualización de nada menos que casi una hora, y es aquí donde la película vuela. Casi podemos oler y tocar a través del trazo, disparando la imaginación hacia una época que nunca vivimos.
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