Si por algo se ha caracterizado el cine, ya sea escrito o dirigido, de Paul Schrader, es por el calado de sus personajes. En El contador de cartas volvemos a tener a un protagonista atormentado por su pasado moviéndose por atmósferas enrarecidas. Aunque la película no tarde en detenerse en el microcosmos creado alrededor de estos elementos (a veces, quizá, con un excesivo subrayado en los momentos más descriptivos), la historia se sigue con interés por la tensión constante y los interrogantes que despierta el juego de relaciones que plantea entre los personajes, incluso para profanos del mundo del póquer.
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