A man called Otto, su título original, da menos pistas sobre lo que deberíamos esperar del protagonista, aunque el desarrollo de la última película de Marc Forster quiere mostrar un Tom Hanks más cascarrabias que nunca. El problema es que, por ser quien es, cuesta mucho creérselo. El papel sin duda habría encajado mejor en un Clint Eastwood de la década de los 2000, dejando Hanks un sucedáneo que despierta entre compasión y desconcierto. La trama resulta tan previsible que no tarda en aburrir, salvándose solo la interpretación (que no el personaje) de Hanks y la música de Thomas Newman.
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