En su última película, el sueco Ruben Östlund parece decirnos que lo que importa más es la sátira que la verosimilitud. Y aunque patine en esto último y resulte no del todo creíble, sobre todo en su segunda mitad, como parábola El triángulo de la tristeza es una granada de mano explotándole en la cara a las clases dominantes. De situaciones desternillantes, la película sabe mantener ese tono de comedia accidental, que cae como fruta madura, mostrando las bajezas morales entre la elegancia y la escatología, sirviéndose de la indefinición genérica y trazando ironías que dejan un poso de reflexión.
Comedia