Cuando hace unos años se anunció que el siguiente proyecto de Charlie Kaufman sería una película de terror, nadie podría haber imaginado algo que tuviera siquiera el aspecto canónico del género, como tampoco imaginábamos esto. Si eso es una buena señal habría que preguntárselo a los productores, pero lo que sí es cierto es que Kaufman adapta la novela homónima de Iain Reid para brindarnos otra sesión de psicoterapia en la que emociones, referencias cultísimas, momentos simbólicos de una belleza plástica cautivadora y desasosiego se entremezclan en una ensalada inclasificable, tan particular como su mente. Para incondicionales del creador neoyorquino.
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