Alexander Payne destila sus tres décadas y pico de trayectoria en esta gran película. Con un profundo humanismo hacia sus personajes, un respeto reverencial a la inteligencia del espectador, en sus elipsis que sugieren cuando hay que hacerlo, y un soberbio Paul Giamatti (¿soy yo el único que se acuerda de López Vázquez?; recordemos que Payne es un apasionado de Berlanga), el nebrasqueño nos da otra de sus lecciones de cómo construir arcos dramáticos y narrar sin hacer ruido. Los que se quedan debe quedarse como faro que oriente la producción cinematográfica en la neblina de estos días. Casi perfecta.
Drama