El debut en la dirección de Fran Kranz juega sus cartas con ambición pero sin ínfulas: unidad de espacio y de tiempo, 4 actores principales y cerca de 2 horas para construir un drama sobre uno de los problemas más enquistados en la vida estadounidense, todo desde un punto de vista diferente. Miradas, gestos y palabras van in crescendo hasta desembocar en la expiación, un perdón casi por inercia por la carga emocional insoportable que deben llevar sus protagonistas. El trabajo actoral es encomiable y, si bien asoma el melodrama en algún momento, esta película se vive y se sufre.
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