Thomas Vinterberg es el creador, junto con Lars Von Trier, del manifiesto Dogma 95, que reivindicaba un cine desprovisto de cualquier tecnología (banda sonora, efectos especiales o visuales) para llegar a una esencia pura de la narración. Pronto fueron desviándose de esta trayectoria, pero algo les ha quedado. En Otra ronda tenemos ecos «dogmáticos» en esos momentos de aparente improvisación, cámara en mano, realzando el encomiable trabajo de sus cuatro actores principales. La película, a pesar del drama, destila una comedia sibilina que conduce a la carcajada culpable. Pero la culpa, como en el caso de la bebida, está en nosotros.
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