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Han tenido que pasar veintiocho años para que esta actualización (ni remake, ni secuela) de Twister nos haga reivindicar la película de Jan De Bont. Donde en aquella había claridad expositiva, efectivas armas de Chéjov y carisma en sus personajes, en esta solo hay barullo millennial, ese síndrome que asola el cine comercial, con un hilo argumental diluyéndose en otro desfile de cacofonías sucediéndose con arbitrariedad. Eso, por no hablar de sus personajes, trasuntos casi paródicos. La salva de la quema alguna set piece, pero si la original era una película estimable, Twisters la convierte en casi una obra maestra.

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