La última película del británico Edgar Wright comienza como un drama donde las aspiraciones fantasean en un estilizado juego de desdoblamientos, puesto patas arribas en una segunda mitad que se abraza al terror psicológico para no abandonarlo. Puede que no sienta bien a todos este salto más o menos abrupto, entre los que mi incluyo, máxime cuando podría haberse explorado el laberinto de traumas de la protagonista (convincente Thomasin McKenzie) siguiendo caminos mucho menos transitados. Pero convence la sólida construcción de su trama, donde escasean las pretensiones y casi nada queda fuera de lugar hasta su inesperado, aunque intrascendente, desenlace.
Terror