La, en apariencia, «película bonita» que toca en los próximos Oscar no se contenta con ello. Bajo su impecable factura y nada retorcida trama subyace, esta vez, algo más: es el océano de kilómetros, tiempo y melancolía en el que se buscan sus protagonistas y son las miradas y los silencios de eterna conexión espiritual los que elevan esta película por encima del buenismo complaciente que nunca puede faltar en la cita anual de la Academia. La conversación en coreano en su tramo final, con ese «espectador» que se cree ajeno, noquea en toda la emoción desbordante en su contención.
Drama