Aunque a veces resulta redundante en la explotación de la original premisa de la que parte, la película del siempre interesante Jonás Trueba posee una frescura que mantiene el interés en todo momento. Mediante diálogos naturales (que, si bien podrían pecar de pedantes, nunca resultan forzados), los retablos regados del vino que hace las veces del soju de su venerado Hong Sang-soo y algunos agradecidos chascarrillos metalingüísticos, el autor madrileño le da la vuelta a la amargura de las separaciones y la convierte en casi una comedia disfrutable con esa fruición de quien se siente respetado por lo que presencia.
De autor